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Adnan Halwani en el balcón de su casa junto a su mujer, Wadad, y sus dos hijos, Ziad y Ghassan, en el barrio de Ras el Nabeh, Beirut, Líbano. Adnan y Wadad eran profesores en una escuela pública de la ciudad. Además, Adnan era un activo militante del Partido Comunista Libanés, que apoyaba a la resistencia palestina y su lucha contra Israel.
Ser niño en Ras el Nabeh, un animado barrio del centro de Beirut, era difícil y peligroso a comienzos de la década de 1980, ya que el barrio estaba situado en la Línea Verde, un laberinto de calles abandonadas que, llenas de zarzas y plantas salvajes, se transformaron en el frente que dividía verticalmente el Beirut Este cristiano del Beirut Oeste musulmán. A pesar de ello, los hermanos Ziad y Ghassan Halwani guardan buenos recuerdos de esa época. “Para mí ese barrio era como un pueblo”, recuerda Ziad, el mayor, que ahora tiene 38 años. «Allí todo el mundo se conocía». Su abuelo y sus tíos vivían en la acera de enfrente, donde tenían una tienda de víveres. “Así que de vez en cuando recorríamos la pequeña distancia que separaba mi casa de la de nuestro abuelo y veíamos a todo el mundo en la calle”, recuerda Ghassan, de 35 años.
Las tensiones surgidas a comienzos de la década de 1970 entre la Alianza Cristiana (agrupada en torno al Frente Libanés y las Falanges Libanesas) y la Alianza Musulmana(representada por el Movimiento Nacional Libanés) desembocaron en enfrentamientos generalizados en 1975, año que marcó el inicio de quince años de guerra civil en el Líbano. Conflictos y pugnas por el control y la hegemonía regionales se propagaron también en el Líbano, volviendo todavía más complejo un conflicto interno ya de por sí enrevesado. Las intervenciones y la ocupación de las facciones palestinas, Israel y Siria influyeron en el curso de la guerra, durante la cual perecieron más de 100.000 civiles.
Al intensificarse los combates en Beirut, sobre todo cerca de la Línea Verde, Ras el Nabeh se convirtió en zona de guerra, siendo escenario de algunos de los combates callejeros más encarnizados. Según Ziad, “Era difícil moverse, ya que a nuestro alrededor había francotiradores y enfrentamientos”. Ghassan nunca olvidará una bomba que explotó cerca de su edificio en el lado oeste del frente, haciendo añicos todas las ventanas del apartamento.
“En general el ambiente era familiar y normal, a pesar de la anormalidad de las circunstancias que nos rodeaban”, recuerda Ziad pensando en la vida cotidiana de su familia. “Creo que mis padres hacían un esfuerzo por dejarnos vivir una vida normal”.
El padre de Ziad y de Ghassan, Adnan Halwani, era profesor de historia en un colegio público, y su madre, Wadad Halwani, también ejercía como profesora. Además de trabajar en el colegio, Adnan era un activo militante del Partido Comunista Libanés, que apoyaba a la resistencia palestina y su lucha contra Israel.
La confrontación se agravó en septiembre de 1982. El día 14 fue asesinado el presidente Bachir Gemayel, líder de la milicia cristiana de las Fuerzas Libanesas. Como represalia, el día 16 los combatientes de las Falanges Libanesas, con el apoyo de Israel, atacaron Sabra y Shatila, dos campos de refugiados palestinos en Beirut, masacrando entre 700 y 3.500 personas, aunque las cifras siguen en entredicho.
El 24 de septiembre de 1982 al mediodía, cuando la familia Halwani acababa de sentarse a comer, llamaron a la puerta. Ziad abrió y dos hombres que se identificaron como Taharri, (detectives de la policía) pidieron hablar con Adnan. Dijeron que necesitaban llevárselo para interrogarle sobre un accidente de tráfico, que solo tardarían cinco minutos. A punta de pistola, le metieron en un coche y se marcharon.
Ziad no recuerda el día en que su padre fue secuestrado. Tampoco que abriera la puerta. Tenía seis años y abrir la puerta a las visitas era algo que hacía frecuentemente. Ese día no notó nada extraño, solo después, cuando se presentaron más desconocidos a hacerle preguntas a su madre. “Nunca me sentí culpable ni me arrepentí de nada, aunque fui yo el que abrió la puerta”, declara. Por su parte, Ghassan, de tres años entonces, dice que sí recuerda algunas cosas de ese día, pero que son confusas. Fue “el día más importante”, pero reconoce que no está seguro de si los recuerdos son suyos o si se basan en las historias que le contaron después.
Wadad les dijo a sus hijos que Adnan había tenido que irse al extranjero, que estaba en París. Llegó incluso a enviarles cartas y regalos con la firma de “Papá”. Cuando los niños escuchaban pasar un avión, levantaban la vista y preguntaban si era papá que volvía a casa. Cuando Ziad y Ghassan comenzaron a decir que no recordaban el rostro de su padre, Wadad añadió fotos de Adnan a las cartas.
En esa época las desapariciones no eran algo insólito. Durante los quince años de guerra, en el Líbano se produjeron más de 17.000 secuestros y desapariciones forzadas. La gente era raptada por las múltiples facciones combatientes en sus casas, en la calle o en los puestos de control. Con frecuencia, los secuestrados eran intercambiados por otros prisioneros, asesinados por odio o por venganza, o eran desaparecidos para agravar las divisiones sectarias. Muchos fueron asesinados en masacres y enterrados en fosas comunes, en su mayoría nunca identificadas ni excavadas. Otros fueron raptados por los ejércitos sirio e israelí y llevados fuera del país.
Cuando en casa de Ziad y Ghassan se presentaban desconocidos preguntando por su padre, Ziad se escondía detrás del sofá y escuchaba las conversaciones. Pocos meses después, le confesó a su madre que sabía la verdad. “Desde entonces”, recuerda, “me convertí en cómplice de mi madre para ocultar la verdad a mi hermano”.
Wadad y Ziad decidieron que ocultarle la verdad a Ghassan era la mejor manera de protegerlo. “De niño, a veces creía la ‘historia’ de mi madre, pero otras era más lúcido, y comencé a tener dudas y a hacerme preguntas más difíciles de responder”, afirma Ghassan. Algunas partes de la historia que le contaba su madre no tenían sentido. Ansioso, se preguntaba: “¿Por qué se fue de viaje sin decírmelo? Si está en el extranjero, ¿por qué no llama?” Para Wadad se volvió difícil mantener durante mucho tiempo la misma historia y las crecientes sospechas de Ghassan afectaron profundamente a la relación entre ambos.
El hecho de que Ziad supiera la verdad y Ghassan no generó relaciones completamente distintas de la madre con cada uno de sus hijos. “Ziad era el único que sabía, al que se le preguntaba por la desaparición forzada, aunque solo tuviera seis años entonces, y el único al que se consultaba al tomar una decisión, sobre todo en lo que se refería a ocultarme a mí la verdad”, recuerda Ghassan. “Esta situación influyó en nuestra relación y todavía nos afecta”.
Los recuerdos más vívidos que tiene Ghassan del secuestro de su padre tienen que ver con los rumores que acrecentaban las dudas que le suscitaba su ausencia, pero que, según dice, también le “acercaban más a la verdad”. Cuando visitaban a conocidos o acompañaban a su madre a reuniones, otros chicos les preguntaban quién era su padre. “Así que tú eres el hijo del hombre al que secuestraron”, recuerda Ghassan que le decían. “Eso desataba reacciones negativas en mí, pero también me permitió saber la verdad”.
También Ziad se sentía muy incómodo cuando otros niños le preguntaban por su padre. Cuando tenía siete u ocho años se negó a ir al colegio. “En mi clase había un chico que sabía mi historia y que comenzó a contarla en público”, explica. “Yo no quería compartirla porque entonces a los chicos les parecía ‘exótica’”. Al final, Ziad terminó cambiándose de colegio.
Ghassan no recuerda exactamente cuándo le dijo a su madre que sabía la verdad sobre Adnan, pero la confirmación de Wadad tampoco fue de gran alivio: en realidad, dejó las cosas menos claras. “Cuando me decía que estaba en Francia era fácil imaginárselo, pero ahora me decía ‘le han secuestrado y no sabemos nada de él’. En la cabeza me quedó una imagen borrosa, que no podía relacionar con nada concreto o tangible”.
Además de las consecuencias directas que la desaparición forzada de Adnan tuvo sobre la vida de Ziad y Ghassan, su infancia la determinó enormemente la reacción de su madre ante ese traumático acontecimiento. Wadad no tardó en convertirse en una de los primeras libanesas en exigir públicamente que se supiera la verdad sobre los secuestrados y desaparecidos y que se rindieran cuentas sobre esos hechos.
Inmediatamente después de la desaparición de Adnan, Wadad comenzó a recorrer comisarías y cuarteles, tratando de recabar cualquier información sobre el paradero de su marido. Con el paso de los meses, Wadad comenzó a pedir públicamente a las familias de los desaparecidos que se manifestaran y también a reunirse con políticos y otras personalidades influyentes. Como Ziad y Ghassan eran muy pequeños, Wadad llevaba a esos actos con ella.
“Fue difícil pasar de un entorno familiar y estable a ‘la calle’”, recuerda Ghassan. “Estaba rodeado de un montón de gente que no conocía, mujeres y chicos de mi edad, totalmente desesperados... No entendía por qué me encontraba allí”.
El activismo de Wadad solo fue en aumento, hasta el punto que a veces sus acciones la mantenían alejada durante días de sus hijos. La guerra hizo que la familia, para evitar los bombardeos, cambiara constantemente de residencia dentro de Beirut. Posteriormente se mudaron a Aicha Bakar, en el Beirut Oeste, lejos de la Línea Verde. Los hermanos no critican ni ponen reparos al compromiso de su madre con la causa de los desaparecidos. “Wadad era tajante. Ni siquiera se nos ocurría cuestionar su ausencia”, dice Ghassan. “Por supuesto, la echábamos de menos, pero ni se nos pasaba por la cabeza deslegitimar o cuestionar su lucha. Creo que no nos dejó otra alternativa”.
El secuestro de Adnan acaparaba todas las conversaciones y actividades de la familia Halwani. En ocasiones, Ziad se sentía abrumado. “Siempre presentaban a mi padre como una gran persona, como un héroe. De niño yo necesitaba ese relato ‘heroico’, pero también necesitaba escuchar algo normal, que estuviera más cerca de la realidad. Con el tiempo me aburrí de escuchar una y otra vez las mismas historias”.
Ghassan no puede separar el secuestro de su padre del activismo de su madre y de la influencia que ambas cosas tuvieron en su vida. “La lucha de Wadad nunca cesó, pero eso también contribuyó a perpetuar el otro acontecimiento [la desaparición de Adnan], como si fuera algo que seguía ocurriendo. Si Wadad hubiera tomado otras decisioness, la desaparición me habría influenciado de forma distinta”.
Han pasado los años. A pesar de que la familia nunca averiguó el paradero de Adnan, Ziad y Ghassan han encontrado formas propias de contribuir a la lucha por la verdad sobre los desaparecidos y por la rendición de cuentas, un movimiento del que ambos se sienten parte.
Ziad se considera una persona “pragmática”: “Yo no podía abandonar la lucha porque era algo impuesto, sobre todo para mi madre, pero también porque había otras personas que nos necesitaban, que confiaban en nosotros”.
Cree que ha sido la resistencia de las víctimas y su incansable lucha lo que hasta el momento ha reportado unos pocos éxitos. En abril de 2014 el Consejo de la Shura, una de las principales instancias judiciales libanesas, concedió a los familiares de los desaparecidos acceso a un archivo con información recogida por la Comisión de Investigación sobre los Ausentes y los Desaparecidos Forzosos de Líbano –que se llevó a cabo en 2000–, y que durante más de una década se había considerado reservada. Sin embargo, en realidad la decisión todavía no se ha traducido en acción alguna.
“El Estado debería asumir su responsabilidad, porque hasta ahora no ha dado ninguna respuesta”, defiende Ziad. “Debería invertir en el esclarecimiento de la verdad, a pesar de la ley de amnistía que se aprobó en 1991. La decisión del Consejo [de la Shura] es positiva. No espero que esos informes develen secretos; sin embargo, en sí misma, la decisión tiene una importancia simbólica”.
La suerte de los desaparecidos es un elemento importante del trabajo artístico de Ghassan, un ilustrador que ha trabajado en una amplia gama de proyectos, que van desde libros a películas, pasando por campañas reivindicativas. Uno de sus temas centrales es el carácter efímero de la memoria y la importancia de la documentación, cuyo interés se acentuó todavía más a través de la profunda experiencia que vivió durante la guerra de 2006 entre Israel y Hezbolá.
Cuando se inició la guerra, Wadad y Ghassan tuvieron que abandonar su casa porque no podían pagar el alquiler: el suburbio meridional en el que vivían se estaba volviendo demasiado caro porque no era objetivo de los bombardeos israelíes. No se podían llevar todas sus pertenencias. Entre las cosas que decidieron sacrificar y dejar atrás se encontraban los archivos que Wadad había ido reuniendo a lo largo de los años: miles de fotografías, carteles, vídeos y documentos de las familias de los desaparecidos. Ghassan le dijo a su madre que elegiría algunas muestras y que el resto de las copias las tiraría a la basura. “Caminaba solo por las calles desiertas de Ain al Ramaneh”, recuerda, “con mi carrito lleno de carteles y copias de expedientes sobre desaparecidos, en medio del sonido de los misiles que explotaban cerca de mí en el suburbio sur”. Así hizo tres viajes. Durante el tercero echó un vistazo dentro de las cajas. Había fotocopias de fotos de desaparecidos. “En ese momento me sentí totalmente desesperado y me pregunté ‘¿Por qué estoy haciendo esto?’”, explica. No se vio capaz de tirar la vida de todas esas personas a la basura. Decidió ordenar todos los documentos por años y temas, y exponerlos junto a los contenedores. “No podía volver a llevármelos porque tenía los originales y estas eran copias, pero pensé que quizá si los disponía de ese modo algún transeúnte podría llevarse un cartel o un vídeo”.
En la actualidad, Wadad, Ziad y Ghassan viven por su cuenta en Beirut. Ziad explica que no actúan como una familia “convencional”, aunque él y Wadad viven en la misma calle de una zona residencial del sudeste de Beirut. “No comemos juntos todos los domingos, sobre todo porque Wadad suele estar ocupada con sus actividades. ¡Pero seguimos siendo una familia!”
Después de pasar cierto tiempo en Francia, Ghassan sigue mudándose a menudo. En la actualidad está trabajando con su madre en una campaña que iniciarán en septiembre para presionar al Gobierno para que aplique la decisión de la Shura.
Ziad es el director de un teatro en Beirut. Se casó y tiene dos hijos, de seis y cuatro años, las mismas edades que él y su hermano tenían cuando su padre fue secuestrado. A sus hijos les habla de su abuelo Adnan. “Evidentemente no les hablo de forma sentimental, pero si me parece que tienen preguntas, desde luego se las respondo”, afirma Ziad. “No quiero que vivan en el engaño, porque eso es lo que yo sufrí de niño. Viven aquí, en este país, y ya están conviviendo con las consecuencias de lo que pasó”.
Las entrevistas con Ziad y Ghassan Halwani fueron realizadas en árabe.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.