En Semana Santa de 2001, más de un centenar de personas murió en el Alto Naya, en el norte de Cauca, a manos de paramilitares del Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia. Durante varios días asesinaron a campesinos, indígenas y afro descendientes.
Sus familias se vieron forzadas a salir de sus tierras. Tras meses de gestión, y en medio de la adversidad, crearon una comunidad para empezar una nueva vida: un asentamiento indígena Nasa en Timbío, Cauca, con más de 40 familias.
Lo llamaron Kitek Kiwe, que significa tierra floreciente. Así lo cuenta Licinia, una de las líderes de la comunidad, al mostrar el mural que pintaron niños Nasa. Los mismos niños que hoy corren por sus calles y que no tienen recuerdos del Naya, de la masacre ni de sus verdes montañas.
Rubiela es una campesina caleña que vivía en Alto Sereno. Su esposo fue degollado hace once años en frente de su familia. Ella huyó con su hija y su nieta de seis años. Hoy vive con su nieta en una casa con el espacio suficiente para una cama, una cocineta y un armario en el que guarda algunas fotografías de su familia. La fe y la enfermedad son las únicas que no la desamparan.
Para los habitantes de Kitek Kiwe, la memoria tiene un lugar especial. Desde el tiempo de la masacre, cada año conmemoran a sus ausentes plantando una palma en lo alto de una montaña. Y cada año, en los meses de viento, los niños vuelan sus cometas para sentir la fuerza del aire que, según cuentan, no es tan fuerte como el de las montañas del Naya.
Mateo Jaramillo Ortega
Estudiante de Comunicación Social
Universidad de la Sabana
Primer premio