Veinte años después de Srebrenica: No hay reconciliación, seguimos en guerra

30/07/2015

Por Refik Hodžić

Bosnia-Herzegovina está a punto de conmemorar* el veinte aniversario del genocidio de Srebrenica – un sombrío momento de recuerdo que muchos ven como una oportunidad para promover la idea de la reconciliación entre los diferentes grupos étnicos del país. El Reino Unido parece ser el principal promotor de este enfoque, y ya se ha distribuido entre los miembros del Consejo de Seguridad y los “Estados interesados”, principalmente Bosnia-Herzegovina y Serbia, un borrador de resolución que conmemora la masacre de Srebrenica.

Sin embargo, a primera vista el discurso público sobre el aniversario muestra un panorama muy diferente, en el que la reconciliación no figura en la agenda política, no existe ningún proyecto social destinado a superar el legado del conflicto de los 90, y persiste la lucha por el dominio político. En efecto, ¿cómo podemos hablar constructivamente sobre la reconciliación en un país que aún se encuentra sumido en la guerra?

Ya no se trata de una guerra territorial, los cañones guardan silencio desde la firma de los Acuerdos de Dayton hace 20 años, y sin embargo es una guerra. Una guerra librada por “otros medios”, una lucha despiadada por la narrativa dominante sobre el pasado, por la “verdad” como base de proyectos políticos centrados en gran medida en la separación étnica y el dominio - objetivos propios de la guerra. Esta guerra se desarrolla principalmente en el ámbito político, pero también en los medios, las aulas, las iglesias y mezquitas y en las mesas familiares, y sus repercusiones probablemente tengan un impacto duradero en la estabilidad de la región.

En esta guerra, Srebrenica sigue siendo uno de los principales campos de batalla. Este pequeño pueblo minero en el nordeste de Bosnia se ha convertido en sinónimo del asesinato sistemático de unos 8.000 niños y hombres bosniacos (bosnios musulmanes) en julio de 1995 a manos de las fuerzas serbobosnias. Esta masacre tuvo lugar a lo largo de varios días, después de que el enclave protegido por la ONU cayera en manos de las fuerzas lideradas por el General Ratko Mladić, el comandante del Ejército serbio, quien en la actualidad está siendo juzgado en el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) en La Haya, acusado de genocidio y crímenes de lesa humanidad.

Tras la masacre, las fuerzas militares y policiales serbias realizaron un enorme esfuerzo por excavar las fosas comunes y esparcir los cadáveres por una extensa zona en Bosnia oriental. La búsqueda de restos de víctimas continúa; hasta la fecha restos de 6.241 víctimas han sido exhumados y enterrados en el centro conmemorativo de Potočari, la antigua sede del batallón holandés de la ONU encargado de proteger el enclave.

Aparte de la ubicación de las restantes fosas comunes secundarias y terciarias, que están muy escondidas, se conocen casi todos los detalles del genocidio en Srebrenica. Sin embargo, estos hechos fundamentales –el número de víctimas, el carácter sistemático de los asesinatos y los posteriores esfuerzos por ocultar los cadáveres, la existencia de un plan, y la vasta red de participantes en el esfuerzo homicida,aunque con diferentes niveles de intención genocida – aún son discutidos por gran parte de las instituciones políticas, académicas y religiosas dominantes en Serbia.

Todo esto a pesar de la mayor investigación realizada en Europa después de la Segunda Guerra Mundial y los numerosos juicios y fallos del TPIY, tribunales bosnios y, en última instancia, la Corte Penal Internacional. Todo esto a pesar del informe de la Comisión sobre Srebrenica, una investigación exhaustiva ordenada por la Cámara de Derechos Humanos de Bosnia en 2004. Esto a pesar de las más de 6.000 fosas del cementerio de Potočari, que ponen de manifiesto la magnitud de la masacre. Todo esto a pesar del conjunto de pruebas abrumadoras y testimonios personales de sobrevivientes recogidos por organismos oficiales, académicos y grupos de la sociedad civil de Bosnia y otros países a lo largo de los últimos 20 años.

Entre la negación y el mito

Milorad Dodik, el presidente de la República Srpska, la entidad serbo-bosnia de Bosnia-Herzegovina, ha construido su carrera política sobre la base de la negación del genocidio de Srebrenica, al que se ha referido como “la mayor farsa del siglo XX”. Dodik es muy consciente de que Srebrenica representa un punto neurálgico para los bosniacos, y su retórica de negación se ha tornado más virulenta con los años, marcando el tono del discurso sobre el asunto entre los serbios de Bosnia: “Yo digo que no se cometió genocidio en Srebrenica. ¡No hubo genocidio! ¡Hubo un plan según el cual ciertos políticos extranjeros y bosniacos planearon responsabilizarnos a los serbios por algo que no hicimos!”

Dodik y sus seguidores han tachado las anteriores iniciativas de reconocimiento de lo ocurrido en Srebrenica, incluida la disculpa televisada del entonces presidente de la Republika Srpska, Dragan Čavić, a las víctimas en 2005, de “traición a la nación serbia”.

Ante la embestida de la política de negación, todas las potenciales explicaciones de los motivos y las circunstancias que hicieron posible el genocidio de Srebrenica, así como las posibilidades de reconciliación que crearon estos testimonios, fueron neutralizadas y olvidadas. Varios oficiales y políticos serbios de alto nivel involucrados en la masacre de Srebrenica han hecho este tipo de declaraciones, pero ninguno ha expresado los motivos detrás de este y otros delitos cometidos por las fuerzas serbias tan claramente como Biljana Plavšić, un ex presidente de los serbios de Bosnia: “Si esta verdad es ahora tan evidente, las preguntas obvias son las siguientes: ¿Por qué no lo vi antes? ¿Y cómo pudieron nuestros líderes y sus seguidores cometer semejantes actos? Me parece que la respuesta a ambas preguntas es el miedo, un miedo cegador que derivó en la obsesión, especialmente para aquellos de nosotros para quienes la Segunda Guerra Mundial es un recuerdo vivo, de no permitir que nos volvieran a victimizar jamás. En este sentido, nosotros los líderes violamos el deber más fundamental de todo ser humano, el deber de contenerse y respetar la dignidad humana de los demás. Estábamos decididos a hacer todo lo que fuera necesario para sobrevivir”.

Esto fue en 2002, cuando aún existía una verdadera esperanza de reconciliación. Trece años después, Srebrenica sigue siendo una herida abierta en el cuerpo destrozado y aplastado de Bosnia-Herzegovina. Una herida envuelta en las vendas venenosas de la política de negación serbia, y untada con la pomada tóxica del mito de la victimización, empleada como moneda política por los nacionalistas bosniacos.

No hay prácticamente ningún político bosniaco del gobierno o la oposición que no haya sucumbido a la tentación de sacar provecho de lo que se ha convertido en un macabro espectáculo orquestado de enterramientos masivos el 11 de julio, cuando las masas acuden a la ceremonia televisada, dominada por las filas de autos de lujo de personajes VIP que desean ser vistos simpatizando con las madres de Srebrenica, pero que se van después de que se arrojen los primeros palazos de tierra en las fosas. Se pronuncian discursos de “nunca más”, se sacan fotos, se asumen posturas en contra de la negación de Dodik, se exalta la santidad de las víctimas. Pero solo mientras dura el espectáculo televisado. El 12 de julio, Potočari y Srebrenica se vuelven pueblos fantasmas, excepto por las madres en sus casas vacías y el habitual grupo de radicales serbios vestidos de negro que desfilan por la ciudad para demostrar la falsedad de las promesas a Srebrenica hechas por los líderes bosniacos el día anterior.

Los familiares de las víctimas asesinadas en Srebrenica están atrapados entre estas dos actitudes parasíticas - aparentemente opuestas, pero que en realidad se refuerzan mutuamente - hacia los hechos: su enorme peso simbólico y emotivo, y las devastadoras consecuencias del genocidio de Srebrenica. Junto con el resto de la sociedad paralizada, se ven forzados a soportar un limbo en el que no hay ningún reconocimiento y apenas justicia, un limbo basado en la constante fabricación del miedo y el odio.

Como resultado, el sinfín de hechos sobre Srebrenica que se han podido demostrar más allá de toda duda razonable no sirven para ayudarnos a lidiar con lo que sucedió, sino para ilustrar la ausencia de una verdadera voluntad política de reconocer los efectos a largo plazo del genocidio en la comunidad que lo padeció y el conjunto de la sociedad. Y los efectos destructivos de esta negativa a reconocerlos nunca antes se vieron tan claramente.

Los proyectos de la guerra aún perviven

El Reino Unido lleva algún tiempo trabajando en el texto de una resolución sobre el genocidio de Srebrenica que será presentada para su adopción ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Si bien aún se está discutiendo el texto, el borrador filtrado apunta a un intento de honrar a todas las víctimas del conflicto en Bosnia, reconociendo especialmente los horrores infligidos por el crimen del genocidio y la necesidad de hacer frente a su legado. “Esperamos que conmemore a las víctimas del genocidio de Srebrenica, y a todas las personas de todos los bandos que sufrieron en la guerra, y que fomente la adopción de nuevas medidas en pos de la reconciliación y un futuro mejor para Bosnia-Herzegovina”, explicó Edward Ferguson, el embajador del Reino Unido en Sarajevo.

No está del todo claro de qué manera este documento beneficiaría realmente a las víctimas, pero la iniciativa podría verse como un intento de presionar por fin a los actores políticos en Serbia y Bosnia para que ofrezcan algún tipo de reconocimiento que tenga más peso que las disculpas matizadas, y en gran medida vacías, emitidas anteriormente por los presidentes serbios Boris Tadić y Tomislav Nikolić. Tal enfoque estaría en línea con un esfuerzo renovado por parte del Reino Unido y Alemania de volver a encaminar a Bosnia hacia la integración Europea. O podría ser un simple intento de eliminar de la agenda política de una vez por todas la herida supurante que es Srebrenica.

Sea cual fuere la intención, los líderes Serbios no quisieron saber nada del asunto.

El primer ministro serbio, Aleksandar Vučić, rechazó la resolución, pero como buen pragmático se abstuvo de reacciones histéricas, y en su lugar optó por actuar: el poder judicial emitió una orden de arresto por crímenes de guerra contra Naser Orić, un ex comandante del Ejército Bosnio en Srebrenica, a quien los sobrevivientes del genocidio ven como un héroe pese a las acusaciones de las víctimas serbias y algunos de sus antiguos colegas. A pesar de que el TPIY lo había absuelto de cargos similares, y a pesar del historial de acusaciones políticas por parte del fiscal serbio a cargo de la investigación de crímenes de guerra, las autoridades suizas arrestaron a Orić cuando viajaba a Ginebra para asistir a una ceremonia de conmemoración. La indignación de los grupos de víctimas en Bosnia ante el pedido de extradición de Orić por parte de las autoridades serbias fue tal que amenazaron con cancelar la principal ceremonia de conmemoración y entierro el 11 de julio si no se lo liberaba. Al final, las autoridades suizas cedieron y entregaron a Orić a Bosnia en lugar de Serbia. Y mientras la falsa cacofonía de reacciones al arresto de Orić continúa profundizando el antagonismo entre serbios y bosniacos, convenientemente restándole cada vez más sentido a una eventual resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, Vučić ha anunciado que estaría dispuesto a asistir a la conmemoración de Srebrenica, pero solo “si los bosniacos así lo desean”.

Del otro lado de la frontera, Milorad Dodik tachó la resolución propuesta de “ataque contra los serbios” y viajó a Rusia inmediatamente para solicitar su veto en el Consejo de Seguridad (el ministro de relaciones exteriores ruso Lavrov calificó la resolución de “antiserbia”, pero no llegó a prometer que la vetaría). Dodik afirmó que la resolución es un “ataque contra la reconciliación, y la presión injustificada sobre Serbia y los serbios de Bosnia podría provocar nuevas luchas interétnicas en los Balcanes”.

Según esta lógica, un documento que reconoce el genocidio de Srebrenica y a todas las víctimas de la guerra es un ataque contra la reconciliación y una amenaza contra la estabilidad regional, mientras que la repetida negación del genocidio por parte de Dodik y su intención pública de dividir Bosnia-Herzegovina no lo son.

Para cualquier observador externo, las acciones de Vučić y la lógica de Dodik carecen de sentido, dado su compromiso declarado con la integración europea, la estabilidad regional y la paz duradera. De hecho, resultan difíciles de entender a no ser en el contexto de la continuación de los esfuerzos bélicos por lograr la separación firme y duradera de los grupos étnicos en Bosnia y un estado separado para los serbios de Bosnia. En ese marco, tienen perfecto sentido.

Los nacionalistas serbios siguen creyendo que el marco de los Acuerdos de Dayton justifica la esperanza de que lograr el objetivo anteriormente mencionado sea tan solo cuestión de tiempo. Al mismo tiempo, la batalla por la separación de narrativas sobre el pasado reciente está en pleno apogeo, y prácticamente ha sido ganada. Sus frutos son evidentes en todo el discurso público, pero sobre todo en la actitud de los jóvenes. La semana pasada, unos 400 estudiantes de la Universidad de Belgrado firmaron una petición en la que instaban a Vučić a no acudir a Srebrenica, afirmando que “el genocidio fue inventado para evitar la reconciliación”, y que el reconocimiento tacharía a todos los serbios de “genocidas” para siempre. Casi ninguno de estos estudiantes había nacido cuando estalló la guerra en Bosnia.

La política de guerra no permite la reconciliación

En estas circunstancias, ¿de dónde cabe esperar que venga el impulso de reconciliación? La iniciativa del Reino Unido parece apuntar al Consejo de Seguridad de la ONU, pero sería muy ingenuo creer que este tipo de procesos se pueden dar como resultado de la imposición externa. Por otro lado, el embajador de Alemania en Bosnia, Christian Hellbach, parece creer que depende de las personas: “La gente en Bosnia-Herzegovina aún no entiende que la reconciliación solo será posible si las personas se esfuerzan por entablar contacto con el otro lado en lugar de insistir constantemente en su punto de vista y esperar que otros hagan concesiones”.

No me queda claro en qué experiencia se basa el Sr. Hellbach para afirmar esto, pero sin duda no se trata de la experiencia alemana. Incluso la famosa reconciliación franco-alemana no se dio con masas de alemanes y franceses de a pie corriendo a abrazarse, dejando atrás décadas y siglos de conflicto, sino que fueron conducidos por ese camino, de manera firme y decisiva, por líderes como Charles de Gaulle y Konrad Adenauer.

De hecho, no hay ni un solo ejemplo en ningún lugar del planeta donde se haya dado la reconciliación tras un conflicto étnico sin un proyecto nacional de reconstrucción de la confianza mutua conducido por líderes con amplio apoyo popular y legitimidad. Este tipo de proyectos de unidad nacional y reconciliación suelen incluir medidas de rendición de cuentas y reforma institucional, y el abordaje de las difíciles verdades acerca de las causas y consecuencias de la violencia. Para lograr el éxito, requieren de un valiente liderazgo político. Nosotros no contamos con tales líderes. Esto es algo que nuestros amigos del Reino Unido, Alemania y otros miembros de la comunidad internacional han de aceptar si es que están realmente interesados en ayudarnos.

Esto no quiere decir que los ciudadanos de todos los grupos étnicos de Bosnia-Herzegovina sean de algún modo inmunes a las nociones de reconciliación. Al contrario de lo que sugieren los estereotipos del estilo de Kaplan, no somos tribus sedientas de sangre, colmadas de odio y esperando el momento oportuno para masacrarnos los unos a los otros.

Sin embargo, tampoco somos inmunes a los instigadores del miedo ni al nacionalismo. Al igual que otras muchas naciones, para bien o para mal, también nosotros, bajo las circunstancias “apropiadas”, seguiremos a nuestros líderes a la guerra, sea cual sea su forma. Ahora mismo, estamos viviendo una guerra por la “verdad” acerca de la superioridad étnica, el heroísmo y la victimización que pretende moldear las actitudes de futuras generaciones. Y en la guerra no puede haber ningún reconocimiento del sufrimiento del enemigo, menos aún reconciliación.


* Nota del editor: Este artículo se publicó originalmente antes de que la resolución sobre Srebrenica fuera vetada por Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU, acción que fue públicamente celebrada por los líderes serbios en Bosnia-Herzegovina y Serbia. A pesar de ello, el primer ministro de Serbia, Alakesandar Vučić, asistió al enterramiento masivo en Srebrenica para dar el pésame a las víctimas. Fue bien recibido por las Madres de Srebrenica, quienes le pidieron que promueva la tolerancia y el reconocimiento por el bien de las generaciones futuras. Sin embargo, mientras cruzaba entre la multitud presente en el entierro, un grupúsculo enojado atacó a su delegación con botellas de agua y piedras. El incidente fue condenado por los familiares de las víctimas y la Presidencia de Bosnia-Herzegovina, quienes posteriormente visitaron Serbia invitados por Vučić y conjuntamente se comprometieron a trabajar por la reconciliación.

Refik Hodzic es el director de Comunicaciones del ICTJ. Este ensayo fue publicado originalmente en Balkanist Magazine el 29 de junio de 2015.

FOTO: Los nombres de las víctimas del genocidio de Srebrenica junto al retrato de una de las Madres de Srebrenica. Las fotos y nos nombres forman parte de la colección permanente de la galería “11.07.95.” en Sarajevo. (Tarik Samarah)