La justicia transicional busca responder las preguntas más complejas que un país puede hacerse durante y después de un período de conflicto armado o de represión. ¿Cómo puede la sociedad reconocer y reparar violaciones sistemáticas a los derechos humanos? ¿Cómo puede garantizar la no repetición? ¿Cómo romper los ciclos de violencia para poder construir una paz duradera? ¿Cómo reformar instituciones y fortalecer el Estado de Derecho para evitar regímenes represivos?
Estas preguntas son esenciales y constantes, y, a menudo, responderlas requiere un análisis de la historia del país que logre identificar las injusticias y los agravios históricos en los que se basan la violencia y la represión. Sin duda, esas respuestas no son fáciles ni pueden ser las mismas para todas las sociedades. Además, si queremos responder a esas preguntas satisfactoriamente, debemos considerar sobre todo los derechos y las necesidades de quienes fueron sujetos de violaciones, reconocer los daños causados y reafirmar su dignidad.
Trazando los orígenes de la justicia transicional
Desde mucho antes de que surgiera formalmente el campo de la justicia transicional, distintas sociedades han intentado “asumir el legado de abusos masivos a través de la implementación de un amplio rango de procesos y mecanismos”, por usar las palabras con las que la Organización de las Naciones Unidas define la justicia transicional. Muchos de los esfuerzos de esa época, sin embargo, no tuvieron como objetivos “asegurar el reconocimiento de la responsabilidad, impartir justicia y lograr la reconciliación”, tal y como los establece la guía sobre la Justicia Transicional del Secretario General de la ONU. Al contrario, muchos fueron diseñados para aplicar una justicia de vencedores y ampliar y consolidar su poder.
Algunos expertos remontan los orígenes de la justicia transicional actual a las medidas de reconocimiento de responsabilidad que las fuerzas Aliadas emprendieron después de la Segunda Guerra Mundial, especialmente, los juicios de Núremberg y Tokio que representan los primeros tribunales internacionales. Por defecto, nuestras sociedades tienden a entender la noción de justicia de forma restringida y relacionarla directamente con la justicia penal, especialmente, procesamientos y juicios. Sin embargo, este enfoque eclipsa una gran cantidad de elementos que son fundamentales para la justicia y el respeto a los derechos humanos, tales como las reformas institucionales y las iniciativas de reparación. De hecho, podría argumentarse que junto a los juicios de Núremberg, la creación de las Naciones Unidas en 1945, la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 y los Convenios de Ginebra en 1949, formaron parte de un proceso global de justicia transicional enfocado en reformas jurídicas e institucionales internacionales que lograran llevar a un mundo traumatizado y destrozado a enfrentar las consecuencias de la guerra más larga y cruel de la historia- en la que las atrocidades que se produjeron durante la misma, incluyendo genocidio, esclavitud, campos de concentración y el uso indiscriminado de armas de destrucción masiva dejaron un saldo de 70 a 85 millones de muertos.
Este proceso global de justicia transicional, sobre todo, instauró nuestros actuales regímenes jurídicos internacionales de derechos humanos, así como una arquitectura institucional de carácter multilateral sin precedentes diseñada para prohibir y prevenir la repetición de conflictos internacionales y atrocidades masivas, tal como se estipula claramente en el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas. Esta respuesta a la Segunda Guerra Mundial ha moldeado y continúa influyendo en la forma en la que se entiende y se conduce la política internacional 75 años después.
También, otros expertos sugieren que los primeros ejemplos de justicia transicional tal como se conoce y practica hoy en día no aparecieron hasta la década de 1980, en el Cono Sur de América Latina, cuando Argentina y Chile, antes gobernados por regímenes autoritarios, emprendieron el camino hacia la democracia. En ambos países, amplios movimientos sociales de la población exigieron saber la verdad sobre los miles de desaparecidos forzados, así como el fin de la impunidad para las personas responsables de estos y otros abusos. El slogan “Nunca más” que los ciudadanos argentinos y chilenos arengaban en las calles todavía resuena hoy en el mundo. Cumpliendo con decisiones pioneras de la Corte Interamericana, los nuevos gobiernos que se establecieron conformaron comisiones de la verdad que más tarde servirían de modelo para muchas otras, e inspirarían diversas medidas de reconocimiento de responsabilidad y de reparación hasta bien entrado el siglo XXI.
El final del Apartheid en Sudáfrica y la inspiradora transición política de este país con la elección de Nelson Mandela como el primer Jefe de Estado negro y el establecimiento de la histórica Comisión para la Verdad y la Reconciliación, marcaron otro hito en el desarrollo del campo de la justicia transicional, así como un nuevo punto de referencia para los países que buscan enfrentar atrocidades del pasado, brindar justicia las víctimas y sentar las bases para una paz y democracia sostenibles.
El nacimiento de una organización global dedicada a la justicia transicional
A finales de la década de 1990, Alex Boraine, uno de los expertos más sobresalientes en este campo novedoso, empezó a contemplar la creación de una organización internacional dedicada a apoyar a las sociedades que emprendían procesos similares, proporcionándoles asistencia técnica y construir conocimiento que permitiera aprender y mejorar en la práctica. Boraine, abogado y antiguo político sudafricano, desempeñó un papel primordial en la Comisión de Verdad y Reconciliación de su país como vicepresidente y mano derecha del presidente Desmond Tutu. Posteriormente, viajó alrededor del mundo a países recién salidos de conflictos o periodos de represión para asesorar a las víctimas, a los representantes de la sociedad civil y a los actores estatales.
En el 2000, Boraine y otros prominentes activistas de derechos humanos, entre ellos la experta en comisiones de la verdad y justicia transicional Priscilla Hayner, se unieron con el auspicio de la Fundación Ford para explorar las mejores estrategias para ayudar a las sociedades a hacer frente al legado de abusos masivos a los derechos humanos y conseguir una paz estable y duradera. Durante el año siguiente, Boraine, Hayner y otros trabajaron arduamente con el apoyo de la Fundación Ford para fundar en el 2001 el Centro Internacional para la Justicia Transicional, más conocido como ICTJ por sus siglas en inglés.
Celebrando 20 años
Este año se celebra el vigésimo aniversario del ICTJ. Durante estas dos décadas, la organización ha intervenido en más de 50 países, incluyendo Burundi, Camboya, Guatemala, Perú, Sierra Leona, Timor-Leste y países de la antigua Yugoslavia. Hoy, continuamos brindando asistencia técnica y apoyo a las víctimas, la sociedad civil, los gobiernos nacionales y la comunidad internacional en Afganistán, Colombia, Líbano, Nepal, Sudán, Siria, Túnez y Uganda, entre otros. A lo largo de los años, hemos reunido a innumerables grupos de víctimas, activistas y líderes sociales y políticos, apoyando su búsqueda de reconocimiento de responsabilidad y paz, ayudándoles a lograr la justicia para las víctimas y a crear alianzas y redes que a día de hoy continúan siendo sólidas.
Desde sus inicios, el ICTJ ha sido un punto de encuentro para expertos y profesionales de la justicia transicional, así como un espacio de conocimiento, investigación y análisis. Como un centro de reflexión que también ejecuta programas e intervenciones, hemos estado a la vanguardia de la evolución de nuestro campo. Muchos de los miembros del equipo de estos 20 años han seguido sus trayectorias laborales, desempeñando funciones prominentes en otras organizaciones no gubernamentales, instituciones multilaterales y gobiernos, llevando consigo los conocimientos y la experiencia adquiridos durante su tiempo en el ICTJ.
En sus dos décadas de operación, el ICTJ no ha perdido de vista ni una sola vez su propósito principal: estar del lado de las víctimas reafirmando su dignidad, amplificando sus voces y abogando por sus derechos y su inclusión en todos los aspectos de la transición de una sociedad. Las víctimas siempre han sido y serán el centro de todo lo que hacemos.
En la celebración del vigésimo aniversario del ICTJ, quiero reconocer y dar las gracias a todos aquellos que han contribuido a la organización y al éxito que ha tenido alrededor del mundo. Al personal actual y anterior, y a los miembros de nuestra mesa directiva y junta de asesores; a los donantes y socios de sectores gubernamentales y filantrópicos; a los aliados de las instituciones públicas y privadas, a los profesionales e investigadores que han colaborado con la organización y, en especial, a las organizaciones nacionales y locales de la sociedad civil y a los líderes de los grupos de víctimas que hemos apoyado y con quienes hemos trabajado a lo largo de los años. Ellas y ellos son los verdaderos campeones de la justicia. Su esfuerzo y dedicación han hecho posibles estos últimos 20 años del ICTJ. Y lo que es más importante, estas personas y organizaciones han demostrado una resistencia y una tenacidad inquebrantable en su búsqueda por la justicia, a menudo en circunstancias imposibles. Todos y cada uno de sus logros en este sentido son un triunfo para la humanidad y el ICTJ se enorgullece de haber contribuido a ellos.
Para que nuestras décadas de conocimiento, investigación y análisis sean de más fácil acceso al público general, en los próximos meses presentaremos nuestra nueva página web multilingüe que será mucho más intuitiva, accesible y estará optimizada para dispositivos móviles. También contará con una biblioteca de fácil acceso que contendrá todas las publicaciones digitales, productos multimedia, historias y artículos de opinión del ICTJ. Esperamos que todos aquellos interesados en la justicia transicional puedan continuar usando y compartiendo ampliamente nuestros recursos.
Un futuro para la justicia y la paz sostenibles en una crisis de salud global
La serie de crisis provocadas por la pandemia del COVID-19 este año pasado -una emergencia sanitaria mundial, una recesión económica, así como la convulsión política y social en muchos países- han cambiado profundamente el mundo en el que vivimos. Pero como siempre ha hecho, el ICTJ se ha adaptado rápidamente con nuevas metodologías para cumplir su misión y reimaginando las formas de convocar y reunir a los actores principales y de apoyar procesos de justicia sobre el terreno.
En los países donde trabaja el ICTJ, la pandemia ha sido particularmente devastadora: ha puesto al límite sistemas de salud que ya eran precarios y operaban al límite de sus capacidades; y ha puesto en entredicho la credibilidad de muchos gobiernos, especialmente la de aquellos que han respondido inadecuadamente a la pandemia. Las víctimas en estas sociedades, que a menudo ya viven en circunstancias de vulnerabilidad extrema y dependen de la economía informal para mantenerse a sí mismas y a sus familias, han soportado el peso de la pandemia y sus consecuencias socioeconómicas mientras siguen lidiando con los daños ocasionados por las violaciones que sufrieron.
En otras partes del mundo, incluyendo las democracias occidentales de Europa, Norteamérica y Oceanía, la pandemia ha sacado a la superficie las injusticias y los profundos agravios actuales relacionados con violaciones masivas a derechos humanos del pasado. Amplios sectores de la sociedad han empezado a exigir justicia por estos abusos, a menudo cometidos hace décadas e incluso siglos. También piden reformas institucionales para abordar las raíces de la discriminación, exclusión e inequidad.
Independientemente del contexto, el ICTJ trabaja para avanzar la búsqueda de la verdad y las iniciativas de reparación, los procesos penales, las reformas institucionales y otros procesos de justicia transicional que son la base para la construcción de sociedades pacíficas, justas e inclusivas donde nunca más se presenten violaciones a los derechos humanos.
En los últimos años, incluso antes de la pandemia, el ICTJ ha venido adaptando su metodología a un mundo que cambia rápidamente, desarrollando soluciones innovadoras a problemas emergentes. Hemos cuestionado críticamente las premisas de este campo para continuar impulsando procesos de justicia transicional en países frágiles, donde el conflicto aún no termina o se están dando negociaciones de paz, o donde obtener justicia ha sido prácticamente imposible. De cara al futuro, confío en que el ICTJ continuará evolucionando con los tiempos, repensando críticamente su forma de trabajar con base en la investigación, la evidencia, los éxitos del pasado y las lecciones aprendidas.
Sin importar los obstáculos, avanzaremos en nuestra misión, creando y fortaleciendo alianzas con socios locales y nacionales y trabajando codo con codo con aquellas personas que impulsan iniciativas de justicia en sus países. De dos décadas de experiencia hemos aprendido que lograr una justicia y paz sostenible es un esfuerzo de equipo y requiere una amplia participación y colaboración de todas las partes interesadas. Por ello, el ICTJ está más comprometido que nunca a seguir trabajando con nuestros aliados alrededor del mundo para juntos brindar justicia y construir paz en los años y las décadas que siguen.
FOTO: En 2017, Familias de los detenidos desaparecidos en Siria participan en un plantón de la organización siria Familias por la libertad, en Londres. (Families for Freedom)