Por qué a Turquía le convendría reconocer el genocidio armenio

24/04/2015

Por David Tolbert, presidente del ICTJ

El 24 de abril se conmemora el centenario del genocidio armenio, que no solo nos recuerda el propio crimen y a su millón y medio de víctimas, sino el siglo de negación del mismo por parte del Estado turco. La negación es el último escudo de quienes cometen genocidios u otras atrocidades. No solo daña a las víctimas y a sus comunidades, también augura un futuro basado en la mentira y siembra la simiente de más conflictos y represión.

Una mirada más atenta a la negativa de Turquía a saldar cuentas con la verdad sobre el genocidio suscita una importante pregunta: ¿Podría el reconocimiento de ese crimen favorecer a Turquía a largo plazo?

Los expertos apuntan que los verdugos, para mantener el statu quo, utilizan un “patrón de negación” consistente en no reconocer que el genocidio se produjo, tratando de convertirlo en otro tipo de acontecimiento, retratar a las víctimas como victimarios, insistir en que hubo más víctimas entre el grupo de estos últimos, minimizar la cantidad de víctimas, destruir documentación oficial, presionar a otros Estados para que no reconozcan el genocidio, aducir que el crimen no encaja en la definición legal de genocidio de los convenios internacionales, y relativizarlo de todas las maneras posibles.    
“La negación no solo daña a las víctimas, también augura un futuro basado en la mentira y siembra la simiente de más conflictos y represión"

Ya hemos visto que el Gobierno turco sigue punto por punto ese guión.

No obstante, Turquía podría seguir otro camino, el que ya han recorrido otros países con cargas históricas iguales o más pesadas que la suya, y que consiste en poner fin a la política de negación para optar por el reconocimiento. Se pueden mencionar muchos ejemplos y todos ellos hablan de la importancia que tiene reconocer el genocidio y otros crímenes graves, así como la incapacidad del Estado para proteger a sus ciudadanos.

Lo primero sería que el presidente Erdoğan pidiera perdón a la comunidad armenia por el genocidio. Una tibia declaración como la que hizo hace poco, utilizando eufemismos como “los hechos de 1915” y trivializando el sufrimiento de los armenios al equipararlo al de “cualquier otro ciudadano del Imperio Otomano” en esa época, constituye en sí misma una forma de negación.

Ese comportamiento no solo beneficiaría a los armenios, también al pueblo turco. A todas las minorías que viven dentro de Turquía y a todos sus ciudadanos les trasmitiría el mensaje de que el Estado se toma en serio sus derechos y el imperio de la ley. No habría que dejar de lado el lamentable historial de Turquía en materia de derechos humanos y el trato manifiestamente mejorable que ha dispensado a las minorías que habitan dentro de sus fronteras. En la actualidad, Turquía ostenta el dudoso honor de ser el país que más veredictos por violación de derechos humanos ha recibido del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Colocar a los autores del genocidio en el panteón de los héroes nacionales turcos tiene sus consecuencias.

“El abandono de la política de negación actual demostraría la madurez de la democracia turca y podría contribuir a una mayor estabilidad regional”
    Se podría lograr mucho más si Turquía y el presidente Erdoğan se tomaran en serio el abandono de la cultura de la negación. Sería crucial esclarecer, de forma veraz y precisa, qué les ocurrió a los armenios, mediante una comisión independiente compuesta por expertos nacionales e internacionales. En la historia reciente de El Salvador y Guatemala se pueden encontrar buenos ejemplos de comisiones de ese tipo.

También habría que proporcionar reparaciones a la comunidad armenia en Turquía. Después de todo, el saqueo de sus propiedades enriqueció al Estado moderno turco. Se podrían poner en marcha proyectos para apoyar a los armenios de dentro y fuera de Turquía, afrontando así sus necesidades materiales y, aunque fuera simbólicamente, también sus pérdidas personales. Los monumentos y los memoriales también pueden ser importantes para el reconocimiento de las víctimas y mostrar el compromiso del Estado con que nunca vuelva a permitir que se repitan esas atrocidades.

Quizá lo más importante sería que Turquía demostrara seriamente la voluntad de reformar las leyes e instituciones que deben proteger los derechos humanos de todos sus ciudadanos. De esta forma el Estado encontraría medidas para mejorar su triste historial con respecto a los casos presentados ante el Tribunal de Estrasburgo y otras instancias judiciales.

En términos más generales, hay que decir que Turquía puede desempeñar un importante papel internacional y regional, y que, a la larga, el reconocimiento del genocidio daría una imagen más confiable del país. Su constante negación no solo es moralmente insostenible, sino que también socava la posición del Gobierno como socio íntegro y como legítima potencia regional. El abandono de la política de negación actual demostraría la madurez de la democracia turca y podría contribuir a una mayor estabilidad regional. Por otra parte, el reconocimiento incrementaría enormemente la capacidad de Turquía para mediar en conflictos y apoyar iniciativas en multitud de contextos en los que reina la impunidad, como en Israel, Palestina, Siria o Sudán.

Para pedir perdón, el presidente Erdoğan, que tiene su propia personalidad, no tiene por qué ponerse de rodillas como hizo el canciller alemán Willy Brandt ante un monumento dedicado a las víctimas del gueto de Varsovia. Pero, a su manera, sí tendría que pedir perdón en nombre del Estado turco para decir “nunca más”.


Este artículo ha sido previamente publicado en inglés por Project Syndicate.

FOTO: El monumento conmemorativo a las víctimas del genocidio armenio de Tsitsernakaberd en Yerevan, Armenia (z@doune/Flickr)